viernes, 25 de enero de 2013

Instrument



(EE. UU., 2003)
Director: Jem Cohen.
Pudo verse en: In-Edit Beefeater 2012.


Integridad, coherencia, honestidad... Son las primeras palabras que seguramente saldrán de la boca de cualquier seguidor de la banda norteamericana Fugazi a la hora de definir a estos abanderados del post-hardcore. Puede resultar sorprendente que sean sustantivos que no hacen referencia a su música, sino a su actitud. Y es que, en Fugazi, ésta era tan importante como aquélla.
      Esto no quiere decir que Fugazi, formada en Washington DC en 1987 por Ian MacKaye, Guy Piccioto, Joe Lally y Brendan Canty, sea una de esas bandas donde el mensaje va en demérito de la música. No, el vendaval sónico de Fugazi es tan arrebatador que puedes vibrar plenamente con él sin necesidad de entender las letras, que muchas veces son bastante crípticas.
      Pero más allá de las letras y de la música, está el mensaje global de este pedazo de banda en la que no se fumaba ni se bebía ni se consumían sustancias ilegales y censuraba a los que acudían a sus conciertos a repartir patadas, codazos y empujones. Pero, sobre todo, Fugazi llevó la filosofía DIY (Do It Yourself, Hazlo Tú Mismo) hasta sus últimas consecuencias en un momento, los noventa y primeros 2000, donde no resultaba fácil existir al margen de la industria. Fugazi editaban sus discos en su propia discográfica, Dischord, y organizaban ellos mismos sus giras. Todo dependía de ellos mismos y de la entrega de sus seguidores.
      Éstos también participan en la cinta con sus opiniones positivas ("nos enamoramos analizando sus letras", revela un joven matrimonio) y negativas (generalmente, acusaciones de haberse vendido a partir de tal o cual disco). El documental, de casi dos horas, también cuenta con muchas grabaciones en directo, algunas en estudio, entrevistas en televisión y testimonios de los artistas en diversos medios. Todo junto conforma un colosal documento sobre la fuerza y energía pura de esas pequeñas grandes bandas que escriben con sudor y esfuerzo algunos de los momentos más intensos que se pueden vivir al pie de un escenario.
     Os dejo un extracto subtitulado de Instrument, una entrevista para TV en la que Ian McKaye define bastante bien el modus operandi y la filosofía de Fugazi, seguido de un breve fragmento donde podéis comprobar la fuerza y fiereza de su música en directo.
Si queréis verlo entero (eso sí, sin subtítulos) podéis encontrarlo aquí: http://www.youtube.com/watch?v=3jTjALyY8NM

 

miércoles, 9 de enero de 2013

Subtitular para quien no oye





Quiero empezar este año (por cierto, feliz 2013) con una entrada diferente, que no habla ni de traducción ni de cine, pero sí de subtítulos y TV. Una directiva europea obliga por ley a las cadenas de TV, públicas y privadas, a incrementar paulatinamente, año a año, su porcentaje de programación adaptada con subtítulos para sordos. Eso ha ampliado un mercado, con sus luces y sus sombras, que nos ha venido muy bien a los traductores audiovisuales para diversificar nuestros servicios y tener algo que llevarnos a la boca cuando las traducciones escasean.

            Sí, la subtitulación para sordos ha sido el último boom en nuestro sector y a mí, al menos, y crucemos los dedos, me está sirviendo para capear la crisis como siempre he tenido la suerte de hacer, sin apreturas pero sin alardes. Esa es la luz. Las sombras son las bajas, en ocasiones ínfimas, tarifas que se imponen a los subtituladores. Detesto comparar España con Francia, porque es como comparar un cayuco con el Queen Mary tan solo porque flotan en el mismo mar, pero es la única referencia que tengo. Según me comentaba una compañera, allí se paga este trabajo a entre 5 y 6 euros brutos el minuto. Aquí, si te dan dos, puedes darte por afortunado, y lo habrás conseguido tras una durísima negociación.  A muy buen ritmo y con suerte puedes subtitular unos 50 minutos al día. Además, necesitas hacerlo con un programa de subtitulación profesional, no valen los freeware, y cuestan bastante dinero.
             También es un trabajo más mecánico y menos creativo que traducir, porque siempre se trabaja con material doblado. Básicamente, el proceso consiste en transcribir lo que se dice resumiendo ya mentalmente y dividiendo en subtítulos para ahorrar tiempo, prestando atención a todo tipo de sonidos o entonaciones que ofrezcan información que un sordo necesite para comprender bien lo que sucede. Luego, hay que sincronizar los subtítulos con la imagen y aplicar unos códigos de colores en función de la importancia del personaje y repasarlo todo para asegurarse de que los subtítulos no van demasiado rápido y se pueden leer.

            En fin, ese es el proceso por el que esos -a veces molestos para los oyentes, siempre indispensables para los sordos- subtítulos de colorines de la TDT llegan hasta vuestras pantallas. Como veis, no es para echar cohetes: es más aburrido, el material a traducir suele tener menor calidad que cuando trabajas con cine (¡esas telenovelas venezolanas!) y está peor pagado. Está claro que mi sueño sería traducir sin parar a gente como Woody Allen o François Ozon, pero lo que pierde mi ego lo gana mi equilibrio mental al no tener que esperar cada fin de mes con más acojone del imprescindible.

            Ah, y siempre es reconfortante que tu trabajo permita que una minoría cotidianamente olvidada pueda ver la tele y enterarse, mal que bien, de lo que está viendo, que no oyendo. Luego ya, si lo que quieren es ver Sálvame Deluxe, allá ellos...